Regresa la rutina urbana
a empequeñecer los sueños e invenciones
que poblaron de divertimento el verano.

Lejos quedan ya los libros de texto,
los cuadernos, los apuntes
y aquel maltrecho uniforme
que desprecié tantos años.
Sin embargo al enfrentarme
al gris despertador escondido
revive mi estómago
aquel vacío quinceañero
que embargaba mi regreso a los pupitres.

El trabajo no depara interrogantes
expectativas de cambio, ni ambiciones,
sólo ofrece esta triste melodía
de la búsqueda del sustento cotidiano.

La esperanza la aporta tu mirada,
porque revuelta entre los papeles
que desbordarán mi mesa
a las nueve de mañana,
imprimirá un guiño cómplice y evasivo
que llenará de auroras la llegada.

Verte por tanto será el equilibrio,
aunque sea una falacia quimérica
desbordada en segundos sinsabores,
pero saber que sin duda me esperas
me hace olvidar mis oscuras reflexiones.